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«Atajos de otra piel», Julia Erazo sobre la poesía de Euler Granda

 

EL CAMINO

Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca debes rogar que el viaje sea largo (…)
KONSTANTÍNOS KAVÁFIS

Empecé por preguntarme si existía algún aspecto poco estudiado de la poesía del Maestro Euler Granda. ¿Qué avenida de su obra podría yo recorrer, sin replicar itinerarios ya atravesados, junto a tan inmenso poeta? La tarea no era fácil… buscar un sesgo diferente, una arista no descubierta, alguna caracola no envuelta por la marea, quizá alguna espina sin la rosa a merced del viento.

Lo primero fue leer todo y disfrutarlo. Resbalé todas las veces posibles en la espontaneidad de sus versos, esos versos libres de nacimiento por tener alas abiertas al cenit del vuelo, y por el desenfado, en el que nos abandonamos sus lectores y vamos de cabeza como en un parto del que no hay vuelta atrás.

Es conocido su pensamiento político, su filosofía sobre la existencia, su manera de expresar la desidia o la fascinación de lo que ocurre en la calle, en la ciudad, en la gente. Los temas de Euler Granda suben y bajan las cuestas de los asuntos sociales, gritos de guerra se escuchan en cuanto se entreabren sus libros, sus poemas hablan de la injusticia, expresan su hastío de la sociedad que le tocó vivir, su hastío de la política que le tocó vivir, de las ciudades que le tocó vivir, de la vida y de la muerte que le tocaron vivir… Y, ahí también, el sexo que le tocó vivir, la exploración, el placer y el amor.

Reparé entonces en sus poemas de amor.

Me llega un recuerdo, un pasaje de mi vida en España, del año 1992. Había conocido a algunos latinoamericanos como yo, entre ellos un grupo de argentinos que hacían teatro. Un buen día me invitaron a una de sus obras. El lugar era un descampado gigante donde se veía a lo lejos un montaje, una especie de carpa sin serlo, difícil de explicar su aspecto. Pero ello no era ni de lejos lo más importante ni lo más llamativo del asunto. A priori, debo decir, que se trató de la obra de teatro más extraña a la que haya asistido nunca y, sin embargo, la más trascendente para mi vida. Fui con un par de amigos españoles, pero en vano hicimos lo posible por entrar juntos. La obra exigía que entremos uno por uno, espaciadamente. Para no abundar en detalles que no vienen al caso, escribo la frase que escuché en mi oído, sola y en total oscuridad, una vez adentro: “Delante de ti tienes los caminos, pero recuerda: no eres tú quien elige, es el camino quien te elige”.
Con ese eco que me susurra cada noche, me dejo llevar, entonces, por los versos de amor de Euler Granda.

EL POETA Y SU TIEMPO

Euler Granda nace en Riobamba, 1935; en la misma década que los poetas Carlos Eduardo Jaramillo, Eduardo Villacís Meythaler, Ileana Espinel, David Ledesma, Fernando Cazón Vera, Rubén Astudillo, Ulises Estrella… y pocos años después que Jorge Enrique Adoum, Efraín Jara Idrovo, Manuel Zabala Ruiz, Filoteo Samaniego, Francisco Tobar García, Francisco Granizo Ribadeneira, entre otros. Todos ellos con forman una pléyade de escritores de gran obra y de versos trascendentes en la poesía ecuatoriana. Todos ellos se cruzaron en el andar de la historia y se influenciaron de alguna manera, y todos ellos fueron elegidos por algún camino que marcó de manera distinta su voz poética.

Euler Granda empieza a escribir tempranamente, en la década del 50. Una vez terminada su primera etapa escolar en la ciudad de Riobamba, se traslada a Quito para estudiar en la Facultad de Medicina de la Universidad Central del Ecuador por tres años y, más adelante, decide continuar su carrera en la Universidad de Guayaquil, donde se gradúa de médicocirujano en 1965.

No es difícil preguntarse en qué momento crece la poesía, cuando la profesión exige todo el tiempo para salvar vidas; qué minuto dedica el para echar a volar los versos; de qué manera se relaciona con sus pares algo delirantes, algo bohemios; cuándo es que le regalan (…) una palabra y (…) la pone al sol, la alimenta, la cría, la enseña a ser bastón, peldaño, droga, anticonceptiva, garra, analgésico, brecha para el escape o parapeto.

Sus amigos —recibidos con algarabía en su consulta médica de Chimbacalle en Quito— hablan de esto emocionados. Dan fe de las ocasiones en que dejaba a un lado el mandil de médico para compartir los versos y alaban su calidez humana y extrema sensibilidad frente a una sociedad injusta, inequitativa y pacata.

Durante el período que comprende su primer libro EL ROSTRO DE LOS DÍAS publicado en 1961, y el último que acaba de ser publicado por la Casa de la Cultura Ecuatoriana, LOS COCHINONES (2013), ocurren cambios trascendentales en el mundo. Euler Granda fue testigo de la guerra y la postguerra, de sus monstruosas secuelas, de las pro testas sociales más radicales, de cambios económicos fundamentales en el Ecuador y en el mundo, de un desarrollo tecnológico desmedido, y, sobre todo, de cómo el ser humano fue transformando su escala de valores y su sentido ético. Dos acontecimientos marcaron, de manera particular, la sensibilidad del poeta en la década del 60: la Guerra de Vietnam y el proceso de la Revolución Cubana.

Por otro lado, en el plano literario, estaba en boga el discurso existencialista europeo y la poesía latinoamericana se gestaba bajo un fuerte influjo nerudiano. Algunos escritores ecuatorianos navegaron en esta corriente. Pero en la ciudad de Guayaquil estaba en pleno florecimiento creativo, una agrupación de poetas llamada Club 7, cuyos miembros se convirtieron en suscitadores de poéticas de renovación, caracterizadas por el uso del sarcasmo como elemento dominante del discurso, la utilización de varios modos coloquiales —soliloquio, diálogo, circunloquio—, relaciones intertextuales —texto con otros textos—, un lenguaje que muestra sus desgarraduras y el uso preciso del remate como efecto conclusivo.

Dentro del grupo se destacó el poeta guayaquileño David Ledesma Vásquez, quien desarrolló un estilo original y conmovedor, al que nuestro poeta se remite en sus inicios. Son varias y profundas las relaciones de afinidad que se entrecruzan en la producción de ambos autores, una común necesidad de adjudicarse una identidad poética a través de un lenguaje irreverente y plástico. Euler Granda y David Ledesma configuraron una imagen conflictiva del no ser cuando el sujeto se constituye a través del lenguaje que es pensamiento y aprehensión de sí y, además, conciencia de lo exterior.

En los años 60 también surge en Quito un grupo de intelectuales vanguardistas como respuesta a las coyunturas culturales, políticas y sociales del país. Se trató del movimiento tzántzico que se desarrolló durante un mediano período, 1962 a 1969, y al igual que los movimientos argentino y colombiano se manifiesta en contra del tradicionalismo, la sociedad y cultura aburguesada. Además surge como respuesta a lo que sus miembros creían que ocurría con la literatura: un terrible degradamiento y constante miseria. Es por eso que durante el tiempo que duró su militancia, era natural encontrarlos recitando y manifestándose en plazas, colegios, sindicatos, lugares públicos en general; y obviamente a través de las ya conocidas revistas literarias y en recitales.

Sus integrantes iniciales fueron Marco Muñoz (1937) y Ulises Estrella (1939), a quienes se unió Leandro Katz; posteriormente, se incorporaron Alfonso Murriagui (1929), Euler Granda (1935), José Ron (1937), Rafael Larrea (1942), Raúl Arias (1944), Teodoro Murillo (1944), Humberto Vinueza (1944), Simón Corral (1946) y Antonio Ordóñez (1946). Más allá de la pertenencia directa al grupo, el movimiento compartió cercanamente el entorno cultural con intelectuales de la talla de Jorge Enrique Adoum (1926), César Dávila Andrade (1918), Agustín Cueva (1937), Fernando Tinajero, Alejandro Moreano, entre otros.

(…) desde la perspectiva de A. Moreano, los tzántzicos formaban parte de un proyecto político revolucionario que implicaba una crítica radical al conjunto de la cultura ecuatoriana. Eran dos tareas simultáneas. No existía proyecto revolucionario sin una crítica radical a la cultura. El primer aspecto, el de la literatura comprometida con la revolución, era parte de una preocupación generalizada en América Latina (especialmente en la izquierda que vivía una fase de ascenso político, a partir del triunfo y radicalización de la Revolución Cubana).

Aquí Ecuador / lastimadura de la tierra, / hueso pelado / por el viento y los perros. / Aquí sangre chupándose en la arena, / piedras cayéndonos. / Aquí / montañas con vientres saqueados, / mar / con los peces ajenos. / Aquí / hambre, / indios pateados como bestias, / páramos bravos, / piel a la intemperie. / Aquí / ni nuestro propio suelo / es nuestro; / nada nos pertenece, / nuestra agua propia / nos venden en botellas, / el pan cuesta un ojo de la cara / y hasta para morirse / hay que pagar impuestos. / A lo largo del aire, / a medio sueño, / en el interrumpido bocado / del almuerzo, / para que nos caigamos, / están cavando huecos. / Aquí, / pronto un fusil / para bajar los cuervos.

 

Los tzánzicos crean una grieta insalvable entre la poesía que se había escrito hasta ese entonces en el país y la poesía que se iba a seguir escribiendo. El fenómeno tzántzico marca el antes y el después de la poesía ecuatoriana. Fernando Balseca en “La lírica en el período: primera parte (1960-1985)” hace un análisis de lo que representó este movimiento.

La aparición de los tzántzicos es la impronta cultural del nacimiento de la nueva modernidad ecuatoriana que no solo es tal cronológicamente, sino en cuanto modernidad de un discurso poético que aparece como crítica a la función de los intelectuales en su relación con el Estado y a la poesía misma; actitud que no se encuentra en la estética anterior. Pero esta poesía es moderna también, porque adquiere otros usos: como expresión estética pretende ser un instrumento explícito de fines no estrictamente líricos. El arte deja de ser concebido como un arte alto, no se anhela una pureza del lenguaje; más bien la poesía se acerca a aquellos lenguajes considerados como no poéticos.

Pese a todo lo dicho anteriormente, creo que es imprescindible citar al poeta Bruno Sáenz, quien hace una reflexión acerca de la poesía de Euler Granda con la que concuerdo totalmente.

La poesía de Granda se destaca entre las de quienes cultivaron una línea similar, por su fuerza, por la autenticidad de su tono, por la permanencia de sus inquietudes y, pese a quien le pese, por la elaboración literaria, con frecuencia acertada, de su verso. Sería injusto catalogarlo únicamente como el más calificado representante de una tendencia. Es poeta y poeta de peso, por derecho propio.

 

EL AMOR IRREVERENTE

La plenitud no está en la eternidad reposa breve en el instante de invención cercano a lo mortal estalla el gozo bien puede el Tiempo arrasar y ser perverso logrará acabar con tu amor y con mi cuerpo mas qué importa si ya la rosa vivió su esplendor

IVÁN CARVAJAL

El amor es una enfermedad del hígado tan contagiosa como el suicidio, que es una de sus complicaciones mortales.

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

 

El amor es el sentimiento connatural al ser humano que necesita ser expresado de infinitas maneras. Es fuente inagotable para la vida, para la muerte y para el arte. Sin embargo, como tema se lo ha trabajado tanto, quizá indiscriminadamente, que no es difícil encontrarlo desgastado en fórmulas repetidas y/o arcaicas que nutren una paraliteratura.

El lugar común —casi siempre— tan denigrado por la crítica, en la poesía de Euler Granda es un recurso estilístico de gran efectividad. El material con el que él trabaja podría considerarse como los desechos o los rechazos de otras poéticas; él los utiliza para dar un tono conversacional y cotidiano a su discurso.

Un día / de tanto puro amor / te retuercen el cuello, / te muerden / en los puntos dolorosos; / quieren hacerte altoparlante, / te miden, / te limitan, / te ponen precios fijos / y te llenan / de rótulos la vida, / y eso más / no permiten que revientes. / Así la soga / desde los pies al cuello, / desde que llegas / hasta cuando nos echan fuera; / así nos van matando / de tanto puro amor.

Es necesario hacer un recorrido breve de la poesía ecuatoriana desde que se inaugura como vocación y destino con la Generación Decapitada, para poder entender su transformación en los 60.

Arturo Borja, Medardo Ángel Silva, Humberto Fierro y Ernesto Noboa y Caamaño, muertos tempranamente, expresaban ese sentimiento de frustración manifiesto en la queja plañidera por el “sino cruel” y la desgracia, inevitablemente asociada al amor imposible, contrariado o inconstante. Al fin y al cabo “dolor” es la primera palabra que la mente romántica asocia con “amor”. Alguna vez alguien los llamó “profesionales del llanto”. La generación decapitada responde como ninguna otra al concepto de generación literaria, hasta el punto de que el “yo poético “ no solo expresa, como en una confesión, al “yo biográfico”, sino que es también en cada ocasión portavoz de los demás. Así lo evidencian estos versos de E. Noboa y Caamaño.

Amo todo lo extraño, amo todo lo exótico; / lo equívoco, lo morboso, lo falso, lo anormal: / tan solo calmar pueden mis nervios de neurótico / la ampolla de morfina y el frasco de cloral.

Hugo Mayo, mayor con un año que Medardo Ángel Silva, decide luchar contra todas las formas de la retórica modernista. Es el cultor de todos los ismos, pero en soledad. Su generación, como lo señala Adoum, fue él. No hubo quien se apasionara más que él por las corrientes nuevas12.

Después de Mayo, la poesía seguirá su camino, pero sin sobresaltos. Jorge Carrera Andrade publica Microgramas en 1940 y deja al descubierto un rasgo no utilizado en la poesía ecuatoriana: el objeto. Así se eleva a los objetos a la categoría de tema del canto junto al hombre y su destino: la poesía se vuelve objetiva. Esto da pie también a la aparición de una poesía conceptual, intelectual, por el tratamiento directo del tema. Desaparece el intimismo, la confesión de la derrota, la exaltación de la pena, la exhibición de la llaga. Y hay un saludable olvido del lector, no desde el distanciamiento por desprecio de los modernistas, sino desde la entrega sin concesiones a la creación poética en sí. No es difícil ver que mucho de lo que se creía propio de la revolución poética de los años 60, estaba ya en germen en la poesía treinta años atrás.

En los 60 los autores, Adoum lo advierte, toman las cosas menos en serio: hacen burla de la historia, se ríen de la mitología, de la poesía y hasta de sí mismos. El amor está siempre presente como en toda poesía del mundo, pero ya no es tan importante, los poetas logran verlo desde lejos, desde afuera.

Además, la nueva poesía ha dicho el mismo Adoum, es realmente nueva: desfachatada, malhablada, cotidiana, popular, audaz, irreverente, y es, también, voluntariamente política y sensible a lo que sucede en el mundo14.

Yo le llamaba linda / y el nombre le quedaba flojo. / Sus ojos / no tenían importancia, / su boca / no era más que una boca / y acostumbraba a recopilar retratos / como todos.

La poética de Euler Granda está plagada de poemas de amor y de erotismo. En los poemas de amor de Euler prima lo sensual, en algunos casos, imágenes y metáforas que están ligadas a la representación de la naturaleza como símbolo de las sensaciones causadas por el amor.

Solo la lluvia entiende / desde hace cuánto tiempo / está lloviendo. / Honradamente / ya no cabe tanta agua / en mi recuerdo / ni tanta lluvia cabe / entre la lluvia; / sin embargo / con la lluvia me vuelves / y de tus cosas me habla / la lengua de la lluvia.

El poeta Bruno Sáenz, en un análisis de la obra de Euler Granda, ya citado, opina que “no siempre es fácil deslindar la presencia del poeta de su texto. La tentación de sobreponer el yo del autor al del ́narrador poético ́ adquiere plena verosimilitud en los poemas de corte personal, erótico o romántico, que enriquecen la gama temática de Euler Granda y lo vuelven heredero cauteloso de la imagen surrealista:”.

Qué mes será en tus ojos, / qué hora será en tu vida, / qué pensarán de mí tus piernas.

A propósito del tema leo un texto en Internet sobre los Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924) de Neruda, publicada en la Revista de crítica literaria latinoamericana, Números 21-22. Allí se habla de una reseña aparecida en el mismo año del libro; el reseñador, Mariano Latorre, asevera que “la expresión de la emoción era excesivamente retórica y cerebral”. Neruda responde enseguida a este comentario, enfatizando vigorosamente la realidad de una experiencia sinceramente representada y afirmando la autenticidad de los sentimientos hacia las mujeres aludidas en su obra. En 1954 las identificó como dos amantes, fuentes de los sentimientos expresados en los poemas, una en su juventud de provincia, y otra de su vida posterior en Santiago.

A pesar de las marcadas diferencias entre la poética de Neruda y nuestro poeta, cabe la observación de que la vertiente inspiradora de la poesía de amor y la erótica es la propia vida, y que es durante el proceso creativo que el texto adquiere su propia voz, desplazando a los personajes de la realidad que lo inspiraron.

Aunque esta vertiente erótica elude también la exaltación, no carece de similitud con el tratamiento tradicional del amor. De algún modo, el verbo irreverente se suspende, el sentimiento se interioriza. Acaso se mueve en un campo ajeno a los de la eternidad y de la esperanza. Se ha emparentado con la fugacidad20.

Y por qué no decirlo, / esa tristeza a veces, / esa tristeza tuya, / dura como madera, / madera retorciéndose, saliéndose de quicio.

En la presente antología he incluido algunos poemas que se refieren al amor filial y al amor de amigos porque, en definitiva, el amor se manifiesta de diversos modos en la vida y en la palabra. El brillo de la construcción poética alumbra la condición humana y la ternura.

En esta pasarela / la mugre no asoma las orejas, / ni los torturadores yankees, / ni el sonso cacareo de las Miss Universo, / de las Tuss Universo. / Acá todo / está limpio, todo mano extendida. / A Briseida y Alberto / mucho debe amarles la vida / porque ellos también aman.

Queda, entonces, expresar algo más acerca de los criterios para la selección de los poemas. La respuesta es muy simple: el gusto, el placer. Me gustaron enormemente los poemas de amor de Euler Granda por estar cargados, a la vez de fuerza presente también en sus textos de talante político y social, más una sensibilidad delicada y desbordante.

En definitiva este tímido trabajo de selección, no hace sino confirmar el valor de las letras del poeta e intenta responder a su inquietud de vida: ¿Ha valido la pena el abismo de la poesía? Sí, Maestro, ha valido la pena. Desde la vida, desde la muerte, desde “los atajos de otra piel”.

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA:

Adoum, Jorge Enrique, Poesía Viva del Ecuador -siglo XX-, Quito, Editorial Grijalbo Ecuatoriana, Colección El espejo de tinta, 1990.

Balseca, Fernando, La lírica en el período: primera parte (1960-1985), en Ortega Caicedo, Alicia, Historia de las literaturas del Ecuador, Volumen VII, Período 1960-2000, Primera parte, Universidad Andina Simón Bolívar, Corporación Editora Nacional, Quito, 2011

Granda, Euler, Antología Personal, Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, 2005.

Granda, Euler, Poemas, Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, Colección Básica de Escritores Ecuatorianos, 1985.

Granda, Euler, Poemas con piel de oveja, Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, Colección Pachacamac, 1993.

Granda, Euler, Poemas con piel de oveja, Quito, Libresa, Colección Antares, 2009.

Granda, Euler, Que trata de unos Gatos, Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, Colección Poesía, 1999.

Granda, Euler, Relincha el Sol, Quito, Libresa, Colección Crónica de sueños, 1997.

Granda, Euler, Un perro tocando la lira y otros Poemas, Quito, Libresa, Colección Antares, 2003.

Regalado, Juan Fernando, Historia y sociedad en el período, en Ortega Caicedo, Alicia, Historia de las literaturas del Ecuador, Volumen VII, Período 1960-2000, Primera parte, Universidad Andina Simón Bolívar, Corporación Editora Nacional, Quito, 2011

Rodríguez Castelo, Hernán, Antología de la Poesía Ecuatoriana, Quito, Círculo de lectores S.A., 1993. Rodríguez Castelo, Hernán, Antología Esencial —Ecuador siglo XX—, Quito, Eskeletra Editorial, 2004.

 

 

 

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