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Presentación del libro “El universo de los heraldos” de Octavio Loyola

El día jueves 13 de agosto se realizó la presentación del libro del escritor Octavio Loyola, a través de la plataforma digital Zoom. Para el autor y para El Ángel editor fue una alegría contar con más de 50 lectores conectados. Les dejamos el texto de presentación que escribió Juan Suárez, editor de la novela.

El Universo de los heraldos: Un viaje sobre nosotros mismos.

 

En las costas de una isla, donde las olas golpean los acantilados con la fuerza de un dios antiguo, caminando sobre la oscura arena, indolente ante la sal y el sol que oscurecen la piel, Homero, el poeta, compuso uno de los poemas más eternos, más inescrutables y más ciertos de la humanidad: es un poema sobre el viaje. Es un poema en el que el héroe, a pesar de sus hazañas y sus victorias, a pesar de su gloria y su cercanía con los dioses, debe enfrentarse a los más grandes desafíos: la travesía, el cambio, la multiplicidad de caminos. Quizás no existe género literario ni motivo más antiguo. Desde entonces, los seres humanos hemos aprendido a contar los viajes que forjan nuestras vidas, los viajes a través de los caminos de la guerra, la violencia, la libertad, el amor, el pensamiento, la duda. Y quizás es esa es la labor de los escritores: contar las travesías.

Recuerdo, en especial, al escritor alemán Novalis, quien compuso una de las obras más representativas de la literatura de viaje. Su personaje principal, Hienrich, es el máximo símbolo del viajero: su camino no lo hace, solamente, por escarpadas montañas, por cavernas, por ciudades llenas de fantasmas y descubrimientos, sino, sobre todo, por sí mismo, por sus ideas, por su deseo de libertad. El viaje es siempre un aprendizaje. Lo supo Novalis y lo supo su personaje, Hienrich: aquel que una mañana deja su casa, con la certeza o el presentimiento de que no habrá de volver, tendrá que llegar a un lugar incierto, a un espacio donde sucede su consumación. Aquel que fue, después del viaje, después de la travesía por sus acciones, ya no existirá. ¿Qué resta, sin embargo? Queda su espíritu, liviano por la verdadera libertad, queda el asombro, queda el regocijo de haber llegado al sitio donde siempre se quiso llegar. Lo supo también Homero, para quien la llegada a Ítaca representa el arribo a un parnaso prometido o, mejor aún, nunca prometido, pero justo, merecido, asombroso. Los personajes tendrán que aprender a entregar la vida, tendrán que sufrir la violencia, la inclemencia del mundo, el abandono de la esperanza.

Octavio Loyola persigue la perfección en la novela romántica de viaje. No de aquel romanticismo burdo y simple que vivimos en nuestra era, sino del más puro pensamiento de libertad. Siguiendo a Novalis, a Goethe, o a Keats, Loyola busca describir la ascensión del pensamiento y la llegada del hombre al estado más puro de su espíritu.  El personaje de esta novela, al igual que Odiseo, al igual que Heinrich, se transforma. Atraviesa, en cada una de sus acciones, el fuego que limpia, purifica, desaparece. El viaje que realiza es sobre sí mismo, sobre su memoria y su anhelo de justicia. Los barrancos y océanos que tiene que sortear son la violencia, la desigualdad, la muerte. Sus compañeros serán los libros, los amigos, la música, la amada. Su destino, su Itaca, será el universo donde solo existe la perfección del espíritu, donde todos los tiempos se conjugan y donde todo ser está vestido por la sabiduría. En esta novela importa el destino, el lugar de llegada, pero importan también los pasos que debe dar su personaje, las batallas cotidianas y las luchas que son necesarias en nuestra sociedad, en nuestro tiempo, en nuestros países de Latinoamérica.

Sin embargo, lo que más luminoso hallé en esta novela fue su intensa narración, sin tapujos ni máscaras, de aquellos océanos que todo ser humano atravesará algún día: el inmenso mar de la incertidumbre, por ejemplo, la intemperie, la guerra, la violencia, el miedo, el amor, la pasión, el estallido, las injusticias, la democracia, la muerte. Octavio Loyola logra que su personaje se haga sitio en cada una de ellas, se haga su lugar, se haga un destino. El escritor sabe que aquel ideal buscado por los románticos, aquel ascenso del espíritu, es solo posible después de un viaje comprometido por las batallas necesarias, después de una travesía por el compañerismo y la lealtad.

Allí el valor de este libro que nos llega como una brisa fresca, como un pensamiento luminoso: en la esperanza de un destino donde gobierna el espíritu, y en el grito de una necesidad, de una lucha que no podemos ni debemos ignorar.

El viaje, cotidiano y eterno, lo haremos todos, acompañados por esta novela.

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